Historia de Macao

Durante más de 1.000 años todo el comercio entre China y las tierras al oeste de ella se había realizado por tierra, por la Ruta de la Seda que atraviesa Asia central; sin embargo, en el siglo XV el crecimiento y empuje de la navegación en Europa, de la que los portugueses fueron pioneros, condujo por fin al abandono de la ruta terrestre. A partir de ese momento, el comercio por mar, el control de éste y de los puertos fue lo que las potencias europeas buscaron en Asia.

Después de haber conseguido establecer bases muy pequeñas en India (Goa) y en la península malaya (Malacca) a principios del siglo XVI, los portugueses lograron persuadir al fin, en 1557, a los oficiales chinos locales para que les arrendaran una península con una muy buena situación estratégica en la desembocadura del delta del río Perla, dotada de magníficos puertos naturales y conocida como Macao (Aomen). Gracias a sus importantes contactos comerciales con Japón, así como con India y Malasia, los portugueses se encontraron enseguida en la fantástica tesitura de ser los únicos agentes para la actividad mercantil en una completa extensión del este de Asia. Dado que a los chinos les estaba prohibido salir al exterior para negociar con sus pro-ductos, y que otros extranjeros no portugueses no tenían permiso de entrada en puertos chinos, el comercio luso experimentó una enorme expansión y Macao se hizo inmensamente rico. Con los mercaderes llegó el cristianismo, y entre las muy lujosas casas e iglesias construidas en Macao durante su fugaz medio siglo de prosperidad estaba la basílica de San Pablo, cuya fachada aún se puede contemplar hoy en día.

Sin embargo, a principios del siglo XVII, las fortunas de Macao ya habían disminuido, y se instaló una lenta decadencia que ha continuado casi sin parar desde entonces. Una combinación de reveses para los portugueses, que incluían derrotas en la guerra de independencia contra España, la pérdida de relaciones comerciales tanto con China como con Japón y el ascenso de Holanda como potencia mercantil, hicieron que Macao casi desapareciera del mapa durante medio siglo.

En el siglo XVIII, las fortunas mejoraron hasta cierto punto, cuando cada vez más comerciantes europeos no portugueses llegaban al lugar buscando oportunidades para forzar la cerrada puerta de China. Para esa gente, Macao parecía una base tentadora desde la que operar; finalmente se les permitió asentarse y construir casas en la colonia. Las ambiciones de los británicos iban más allá de ser para siempre huéspedes en la colonia de otro país, y cuando éstos por fin consiguieron su propia parte de terreno de costa más al este en 1841, el estatus de Macao se hundió definitivamente, quedando como un lugar atrasado. A pesar de la introducción del juego legal hacia 1850, como un medio desesperado de asegurar algún tipo de ingreso, todo el comercio se había perdido virtualmente en beneficio de Hong Kong.

En el siglo XX, la población de Macao creció de manera masiva hasta llegar a más de medio millón de habitantes, ya que repetidas oleadas de inmigrantes inundaron el territorio; se trataba de gente que huía de la invasión japonesa o de los comunistas chinos, pero, a diferencia de Hong Kong, este crecimiento demográfico no fue acompañado de un desarrollo económico de magnitudes igual de espectaculares. De hecho, en 1974, con el final de la dictadura fascista en Portugal, los dirigentes de ese país intentaron unilateralmente devolver Macao a China; la oferta fue rechazada. Sólo después del acuerdo con Gran Bretaña de 1984 respecto al futuro de Hong Kong, las autoridades chinas accedieron a negociar el retorno formal de Macao. En 1999 se entregaba el último trozo de suelo asiático en manos europeas.

Sin embargo, cuando se marcharon, los portugueses dejaron una herencia de bastante baja intensidad: los macaenses, descendientes de parejas mixtas chino-portuguesas, muchos de los cuales están enteramente arraigados en el mundo fundamentalmente chino de Macao, pero que aún mantienen tradiciones portuguesas y hablan ese idioma.